EL REINO DE CELAMA

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Luis Mateo Díez – Aquí el libro

Editorial: Areté   Año: 2010

El reino de Celama reúne la trilogía que Luis Mateo Díez ha venido escribiendo en los últimos años, y que supone una de las más ambiciosas conquistas de un territorio imaginario en la literatura actual. El espíritu del páramo, a modo de obertura, nos introduce en esa tierra mítica habitada por personajes empeñados en la supervivencia como reto de su dignidad. La ruina del cielo es una novela coral en la que se propone una intensa exploración de la memoria del territorio, del destino  de la tierra y de quienes la habitaron. El oscurecer nos cuenta el encuentro de un viejo extraviado que quiere volver a Celama y de un muchacho que intenta huir, probablemente de sí mismo.

En El reino de Celama, las tres novelas alcanzan su unidad y su auténtica significación: una metáfora, tan hermosa como compleja, sobre la desaparición de las culturas rurales y, a la vez, una ventana a lo más hondo y misterioso del corazón humano, y un homenaje a la heroicidad de tantas existencias anónimas que asumen silenciosas su destino. 

“Parece que fue en los tiempos antiguos, los que pueden sumar algún siglo en la medida peregrina de esta tierra, porque de otros no hay ni memoria escrita ni nadie sabe nada, cuando el primero de los Rodielos se estableció en la Hemina de Lepro con su exigua familia y de ella, y de las circundantes, tomó posesión, precisamente por ese procedimiento: el de la posesión que luego acarrea la propiedad, cuando nadie la discute”. 

“-Bueno, bueno, si yo le dijese de dónde era. Se va usted del Territorio, por la ribera del Urgo, hasta que se canse de andar: Blacelos, Puente Sauco, Moravilna, Los Amenos, y todavía coge el tren y saca el pañuelo por la ventanilla. Nací en una aldea del Castro Astur, pero mi padre era peón caminero y, casilla a casilla, en Celama topó, con más deudos que familiares. Afincado en Sabrales, de donde me considero. 

“Las Hectáreas de Grajal amanecían con el relente, un campo de barbecho con las hierbas viciadas y ese color de hierro y podredumbre que no ayuda a delimitar la longitud sino a extraviar la orientación, como si Grajal fuese el desierto donde se perdieron los expedicionarios de Celama”