El viajero deja atrás esos campos infinitos de cereales, la Alcarria de llanuras y suaves valles. Estepa castellana moteada de pueblos dispersos.
La sierra Norte de Guadalajara, por donde ahora transcurre su camino, ofrece un paisaje más abrupto. Las grandes planicies cambian por fincas más pequeñas, al resguardo de montañas y sierras, donde los pastos son abundantes y las vacas se suman al espectáculo.
Un recorrido que contempla muchas crónicas históricas y culturales. Sin duda, la más llamativa es la ruta del Románico. Cuyo trayecto en esta zona, tiene como referencia más de 20 pueblos, desde Alcolea del Pinar, hasta Villacadima.
También podríamos llamarla como la Ruta del Cid, pues es la que siguió el de Vivar camino de su destierro.
El pueblo que recibe al viajero en esta fiesta por los límites de las dos Castillas, es Albendiego. Sin duda, una de las señas de identidad imprescindibles de ese estilo que floreció en los territorios cristianos, al amparo de la ruta de peregrinación jacobea.
En un amplio valle, entre la sierra del Alto Rey, las estribaciones de la Sierra de Pela, cerca de Atienza y junto al valle que forma el río Bornova, por donde fluye bajo un puentecillo, se abre la estrecha carretera que descubrirá un pueblo lleno de sorpresas.
Algunas, arraigadas en la Historia, otras gracias a iniciativas particulares de gentes que han creído que estos pueblos merecen algo más, que discursos llenos de propuestas y vacíos de contenido.
La primera sensación cuando se llega a Albendiego, es que se trata de un pueblo protegido por una fortaleza exuberante de vegetación. Cientos de árboles le rodean. Pastizales abundantes en el entorno y terrenos de labranza.
A modo de torre vigía o almena de referencia y por supuesto, ejemplo de estilo románico, La Iglesia de Santa Coloma ubicada a medio kilómetro del pueblo, en un lugar aislado e idílico junto al río Bornova
El silencio del entorno invita a la reflexión donde se mezcla la religión con lo esotérico. El camino antes de llegar al templo, está escoltado por varios calvarios de piedra, como cautos agentes de vigilancia
La ermita de San Roque, algo aislada al lado de las eras, tal vez acomplejada por la magnitud de su hermana mayor, observa el fluir de caminantes al encuentro de esa joya tan grandiosa como discreta.
La Iglesia de Santa Coloma fue declarada monumento histórico-artístico nacional en 1965. Y constituye una de las muestras más brillantes del románico de Guadalajara.
Dice Herrera Casado en su Blog que “aquí tuvieron su sede una pequeña comunidad de monjes canónigos regulares de San Agustín. Que ya existían en 1197, pues en esa fecha, les dirigió una carta el obispo de Sigüenza Don Rodrigo, eximiéndoles de pagar diezmos e impuestos, haciéndoles donación de tierras y viñas para su sustento.
Su prior ocupaba un lugar en el coro y cabildo de la catedral seguntina. Ellos fueron, pues, quienes a finales del Siglo XII, levantaron la Iglesia de Santa Coloma”.
El viajero, que no pretende hacer alarde de conocimientos artísticos, recurre a ese Portal especializado en el románico y el arte medieval llamado “Arteguías”,
Donde dice que “No es probable, sin embargo, que la actual iglesia se empezase a construir antes del año 1200. Ya en el siglo XV, el templo proyectado para tres naves, se concluyó con una sola, de menos calidad y material más pobre”
En “los escritos de Herrera Casado” bebe también el viajero. En ellos se lee:
“Que la Iglesia de Santa Coloma es de nave única, al exterior nos muestra la espadaña de remate triangular con tres vanos sobre el muro de poniente. Por levante, el ábside completo.
Se accede al interior a través de una puerta con arco gótico rebajado y capiteles con adornos vegetales y geométricos. Un pequeño atrio le da cobijo.
Esa nave interior, con un alto coro a los pies, muestra en su cabecera el arco triunfal con gran dovelaje y capiteles foliáceos, que da paso al presbiterio, a partir del cual se abre el ábside plenamente iluminado por calados ventanales.
A ambos lados del presbiterio, dos arquillos semicirculares dan entrada a dos capillas primitivas, escoltadas de pilare
s y capiteles perfectamente conservados.
La luz tenue, y el aire místico de la Edad Media parece detenerse en el fluir de sus piedras.
El ábside principal es semicircular y divide su superficie en cinco tramos por cuatro haces de columnillas adosadas. En los tres tramos centrales aparecen sendos ventanales formados por arcos de medio punto.
Llevan estas ventanas un
as caladas celosías de piedra tallada que ofrecen magníficos dibujos y composiciones geométricas de raíz mudéjar.
Algunos estudios recientes, dicen que aunque fuera administrada en sus inicios por canónigos de San Agustín, más bien pudo haber sido propiedad de los caballeros de la Orden Militar de San Juan, pues esa cruz de ocho puntas es la que se ve profusamente tallada en las celosías pétreas de las ventanas de su ábside.
Hoy cabe recordar, que la Orden de San Juan fue la heredera, en Castilla, de la más antigua Orden de los Caballeros de Temple, fundada en los años iniciales del Siglo XII y pronto extendida por todo el Occidente cristiano.