Acompañado por el alcalde, el viajero contempla el deterioro de un hermoso molino a la salida del pueblo, rodeado de árboles y casi comido por la vegetación. Seguro tuvo su momento de gloria, pero hoy a poco que lo dejen, acabará siendo un montón de escombros.
Algo más lejos, a la vista de la carretera que da acceso al pueblo, la Cueva de Santa Coloma. Una más de las 16 catalogadas en la Sierra Norte de la provincia.
Tiene una gran boca de acceso, debido a un derrumbe posterior a su construcción. Hay una estancia principal, desde la que se accede a 2 cuartos conectados por un arco de medio punto. Posiblemente fue habitada por los monjes antes de la construcción del monasterio agustino, del que solo queda la iglesia de Santa Coloma.
Para agotar las sorpresas de las que hablaba el viajero, aún le quedará la última. A la salida de Albendiego cruzando el río Bornova, sale un caminito de tierra estrecho, paralelo al río, por el que más o menos a dos kilómetros se encuentra el Molino del Tío Pacorro.
En una hondonada, esculpidas sus formas durante siglos por el devenir del Bornova, la sorpresa es un magnífico edificio de piedra y pizarra, característicos de la arquitectura negra de esta zona.
Fue declarado industria en 1450. Se cuenta que incluso antes, los frailes y los templarios bajaban desde santa Coloma para moler allí el cereal. El edificio ha resistido las embestidas del tiempo. Fue Francisco Ortega, más conocido como el Tío Pacorro, el último que lo compró a principios del Siglo XX por unas 15.000 pesetas. Su hijo, Pedro Ortega, fue su último propietario.
Recientemente ha sido vendido a un particular con el objetivo de transformarlo en un negocio de turismo rural. Eso sí, manteniendo y conservando lo que sin duda es una joya arquitectónica y un símbolo de la zona. Del que aseguran que es, el molino harinero más antiguo de España.
Al comienzo de este camino al Molino, un merendero con bancos de piedra y varios detalles escultóricos, en un espacio que da uniformidad al ambiente e invita al reposo.
No quiere dejar el viajero una curiosa anécdota que le cuentan. Y es que jamás hubo soltero o soltera del pueblo que se casase con mozo o moza de Somolinos, el pueblo vecino. De viudos, tal vez, pero de solteros, ni hablar.
Aseguran los más viejos, que en tiempos bajó una vez San Antonio desde Somolinos, a pretender a santa Coloma. Pero San Roque que lo vio, pues le achuchó el perro y tuvo que regresar a su pueblo. Y claro, pues de ahí viene el asunto.
Es en el Bar y restaurante, exclusivo en comida vegana, donde hacer un receso antes de despedirse del Albendiego. Han sido tantas las sorpresas y personas descubiertas, que la mochila del viajero se ha quedado pequeña.
No así la memoria de tanta Historia e historias, tantas iniciativas culturales y tanta naturaleza al alcance, en un pueblo que merece la pena ser conocido y conservado.